Al desaparecer la Virgen y con ella la posibilidad de su directo examen, nos hace dudar, porque el modelo apreciado en las fotografías en nada concuerda con la rigidez reinante en los siglo XII y XIII, claro que es posible que se manipulara en los finales medievales con vista a revestirla de telas. Si eso fue así, entonces se le debió suprimir la corona de madera, consustancial con todas estas tallas, y quizá aplicar un retallado o sustitución de cabeza, y tal vez también del Niño, como Morales Talero apuntó. Efectivamente el rostro, de boca pequeña y carnosa, con el ceño algo fruncido, y los ojos de cejas arcadas, conjuga cronológicamente con la actitud dinámica de un Niño de cabello encaracolado que se anima contemplando a la Madre, totalmente ajeno a los que portan sobre su falda las imágenes marianas del alto medioevo.
Hay además dos cuestiones importantes que conviene referir: una es la intensa morenez del rostro, y la otra, esos elementos parlantes que Madre e Hijo portan en sus respectivas manos. El caso de la morenez, que le ha valido el apelativo de Morenita, ha servido para formular teorías, que pudieran encontrar legitimidad en la negra doncella del bello poema El Cantar de los Cantares. Todo esto sin tener en cuenta que tal circunstancia pudo deberse a agentes exógenos, como la oxidación de barnices, y sobre todo a la combustión de velas y de tantas lámparas de aceite que llegaron a arden en su inmediatez, estos factores añadidos, además, a la oscura tonalidad del cedro.

Era la antigua Virgen de la Cabeza oscura?
El tema es sumamente atractivo, si sabemos que ningún historiador clásico la describe como de rotunda negrura. Es más, desde los primigenios retratos literarios hasta los más postreros, observamos un proceso gradual de oscurecimiento. Un detalle que igualmente se observa en las obras de pintura, como veremos. Y así, por ejemplo, Pérez Guzmán, el último de estos autores, en pleno siglo XVIII, nos comenta que es morenita, pero apostilla de inmediato que… no es negra, ni tan oscura como algunos la pintan. O sea, no admite la negrura como elemento consustancial. De todas formas, la aseveración de Guzmán no se aviene con la de los que le preceden, lo que prueba con evidencia haber sufrido un progresivo azote de contaminación ambiental.
Nuestra tesis se confirma trayendo a colación las notas de los siguientes autores. Salcedo de Aguirre, casi un siglo y medio antes de escribir Guzmán, no dice nada al respecto, síntoma de que el color de la tez no le llamó la atención, sólo alude a la posesión de un rostro proporcionado de corte aguileño.
Rus Puerta, sin embargo, algo más tarde, sí nos afirma que el color es blanco, algo desvaído cuando se mira de cerca. El adjetivo «desvaído» no se entiende bien en la acepción que lo usa, pudo referirse a un desgaste de la capa pictórica, pero también a un inicial envejecimiento o suciedad.
Posteriormente, Salcedo Olid, en 1677, aclara que el rostro es amarillo, que tira un poco a moreno; o sea, la pigmentación había acusado el empeoramiento por la incesante impregnación de humos.
Con esto presente, hay que admitir, pues, que la negrura no era inherente.
Acordémonos al respecto de la Virgen de la Capilla, la patrona de Jaén, siempre ennegrecida, hasta la restauración de los pasados años ochenta en que, tras una limpieza, afloró la carnadura clara que muestra en la actualidad. Además, escasas son las tallas marianas medievales que presentan esa coloración. Asegurándonoslo ahí tenemos, entre otras, la amplia colección de vírgenes, muy tipificadas con la descripción que se le ha hecho, y fechadas en la transición al pleno gótico, que se muestran en el Museo de la Seo de Urgell, en pleno Pirineo leridano, tan inmediato al aragonés, de donde se ha apuntado que la nuestra pudo tener procedencia.
Símbolos de la Virgen antigua
La otra cuestión, la de los simbólicos elementos parlantes de
las manos, es tesis universalmente admitida que viene a traducir en el Niño-Dios su omnipotencia creadora del mundo, que nos muestra en la significante bola, globo u orbe.
En cuanto a la Madre, es evidente que esa bolita roja alude el valor de Nueva Eva que redime a la Humanidad del Pecado Original. Es, pues, el símbolo de la manzana del Paraíso Terrenal. Algo que en la actualidad, ha sido tergiversado, hasta confundirlo, quizá en pos de la forma y color, con el madroño, fruta silvestre de rápido desvanecimiento en el paladar, considerado símbolo de los placeres fugaces, lo que se desvía de la gran misión teológica de María.
El equívoco no es reciente, algunos de nuestros clásicos han dudado. Salcedo de Aguirre lo confunde con una rosita. Rus Puerta, seguidor del anterior, titubea entre rosita o manzana colorada.
Salcedo Olid es quien apunta que se trata de frutica colorada que parece madroño. Y así ha sido considerado con el beneplácito de los responsables del culto, que parecen como sentir complacencia en la exaltación de la flora autóctona.
Hasta el extremo de suplantarse la manzana hace unos años, y de forma oficial osea, con el plácet de la autoridad–, por un rico madroño de finos granates, con lo que se desvirtúa el sentido teológico de Santa María Madre de Dios.
Texto gracias a las investigaciones del historiador José Domínguez Cubero.