Hermandad de las Siete Palabras (Sevilla)

Manuel Escamilla escultor que restauró la Imagen de Ntra. Sª de la Cabeza, obra de D. Emilio Pizarro hecha el siglo XIX.

Esta imagen se procesiona en paso de palio, advocación en torno a la cual se fundó hace cuatro siglos esta hermandad.

30 de diciembre de 1956 en una solemne función presidida por el Cardenal y Arzobispo de Sevilla es bendecida la imagen de Nuestra Señora de la Cabeza. Desde esa fecha forma parte de los titulares de esta hermandad, en su advocación dolorosa. Procesionando bajo palio desde el Miércoles Santo de 1958.

Esta hermandad tiene su origen en la advocación de la Virgen de la Cabeza ya que era una filial de la devoción.

Historia Virgen de la Cabeza – Siete palabras

En el año 1956, la Hermandad de las Siete Palabras celebró su 400 aniversario de fundación. Para la ocasión, la junta de gobierno de la época preparó un encargo con el objetivo de recuperar la advocación en torno a la que se fundó la entidad, Nuestra Señora de la Cabeza.

Manuel Escamilla fue el encargado de llevar a cabo esta tarea. No se trataba de una talla nueva, sino de la modificación de una de las figuras alegóricas de Emilio Pizarro, en concreto de un ángel, del misterio del Sagrado Corazón de Jesús, que nunca recibió culto, salvo ser utilizado en un belén de la Parroquia de San Vicente.

En 1958 se incorporó a un cortejo procesional como segundo paso. Y en 1978, el propio artista hizo un nuevo juego de manos. En 2008 fue restaurado por Pedro Manzano.

Contacto:

Sede canónica: Parroquia de San Vicente Mártir de Sevilla (entre la plaza de Doña Teresa Enríquez y las calles Miguel Cid, Cardenal Cisneros y San Vicente) en el barrio de San Vicente.
secretaria@siete-palabras.com
http://siete-palabras.com

Virgen de la Cabeza, obra de Roque Balduque

La imagen de la Virgen con el Niño atribuida al escultor flamenco Roque Balduque constituye una de las más destacadas muestras de la escultura religiosa del Renacimiento en Andalucía. Realizada en el siglo XVI, esta obra sintetiza con maestría la expresividad naturalista del cuerpo humano con la fastuosidad cromática de la policromía, en una composición que trasciende el mero objeto devocional para erigirse en un símbolo de espiritualidad y belleza.

Roque Balduque, nacido hacia el año 1500 en Bois-le-Duc —actual ‘s-Hertogenbosch, en la región del Brabante septentrional (Países Bajos)—, se estableció en Sevilla en 1534, donde desarrolló una prolífica carrera hasta su muerte en 1561. Su aportación a la escultura hispánica fue determinante: introdujo en el arte sevillano un lenguaje estético renovador, que rompe con la rigidez del gótico tardío y el hieratismo predominante. En sus figuras comienza a percibirse un movimiento contenido, una dinámica elegante que anticipa el naturalismo barroco. Este gesto contenido y la sutil inclinación de las figuras rompen con la verticalidad estricta anterior, imprimiendo vida y sensibilidad a sus obras.

La Virgen de la Cabeza se presenta con una majestuosa túnica marfileña, ricamente estofada con motivos vegetales, que denota no solo su realeza espiritual, sino también la meticulosa destreza técnica del escultor. Las amplias mangas, rematadas con sobrios bordes dorados, armonizan con el escote en forma de «uve», que realza la nobleza del rostro. La túnica cae suavemente hasta los pies, formando pliegues delicados que otorgan a la figura un movimiento sereno y realista. Un ceñidor azul ajusta el talle con elegancia y, al llegar al bajo, puede apreciarse la punta del calzado izquierdo, detalle que añade un toque de humanidad y cercanía.

Cubriendo su cabeza, un velo blanco, semitransparente y finamente fruncido, cae con delicadeza sobre los hombros, cubriéndole parte del pecho y reforzando su imagen de pureza. Envolviendo a la Virgen y al Niño, un espléndido manto dorado, de amplios pliegues y formas onduladas, enmarca la escena con teatral solemnidad. El manto, modelado con gran plasticidad, se extiende desde la cabeza, pasa por los hombros y cae envolviendo el brazo derecho, recogido luego hacia el costado izquierdo. En esta zona, el tejido insinúa las formas que cubre, demostrando la maestría de Balduque en el tratamiento de los volúmenes y la textura del ropaje. El conjunto descansa dulcemente sobre el basamento, integrando de forma armoniosa lo escultórico y lo narrativo.

El Niño Jesús, también incluido en la composición, participa de ese mismo equilibrio entre lo humano y lo divino. Su actitud y gesto reflejan ternura y naturalidad, reforzando la relación íntima con la Madre y potenciando la fuerza devocional del conjunto.

Esta imagen no solo es una joya escultórica por su valor estético, sino también un testimonio del proceso de transición artística que vivió Sevilla en el siglo XVI. Con obras como esta, Roque Balduque consolidó un estilo personal que influyó profundamente en las generaciones posteriores de imagineros andaluces.